Hace unas semanas hablábamos de que nuestro proceso de toma de decisiones no es racional. Influyen en nosotros multitud de sesgos. Uno de ellos es el efecto halo.

Casos como el de Oscar Pistorius, o Lance Armstrong lo ilustran bien. Quizás porque nos hemos quedado sin héroes de otro tipo, (políticos, militares, etc.), los deportistas de élite se han convertido en referentes, no sólo en su campo de indudable especialidad (habilidades físicas y mentales, autodisciplina) sino también en referentes morales, de estilo, etc.

Este efecto halo es la razón por la que las grandes marcas les entregan cantidades millonarias para que las representen. De hecho es un doble efecto halo: de algunas habilidades específicas que realmente posee el deportista pasamos a creer que tiene otras de las que carece. Después transferimos esas habilidades inexistentes del deportista a la marca.

No es de extrañar que la decepción sea mayúscula. El ídolo se viene abajo. Pero la realidad es que nosotros le hemos conferido propiedades que no tenía. Armstrong era un ciclista excelente, y también un tramposo. La capacidad de superación de Pistorius es admirable, tanto como es deplorable (presuntamente, claro) lo que le ha hecho a su novia.

El hecho es que el efecto halo funciona, y colonias, coches, zapatillas, etc., se venden a menudo sólo porque un deportista famoso dice que las usa.

Si alguien necesita alguna indicación más de nuestra irracionalidad…